En el contexto actual del sector, en el que la edificación representa cerca del 40 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y más del 30 % del consumo de recursos naturales, el cambio de paradigma ya no es opcional, sino urgente. La vivienda ha tomado la delantera a la crisis económica como principal problema existentes en España, según la edición de junio de 2025 del Barómetro CIS.
El PERTE de Vivienda, impulsado por el Gobierno español hace esas semanas, busca soluciones al problema. Acelerar ese giro hacia la industrialización, la eficiencia y la sostenibilidad. Elementos tan necesarios como urgentes para poder dar respuesta a una emergencia que golpea a toda la población. En ese escenario, la madera —ya sea en forma de entramado ligero, CLT (Cross-Laminated Timber) o madera laminada— se posiciona no como una alternativa, sino como la solución estructural más eficaz y rentable.
La construcción industrializada con madera permite abordar simultáneamente tres objetivos estratégicos: reducir drásticamente las emisiones de carbono, optimizar los tiempos de ejecución de obra y mejorar los márgenes financieros de promotores y constructoras. Todo ello sin renunciar a los más altos estándares técnicos, normativos y de calidad ambiental.
Uno de los aspectos más determinantes en la transición hacia una construcción con emisiones reducidas es el carbono embebido o “embodied carbon”, es decir, las emisiones asociadas a la extracción, transformación, transporte e instalación de los materiales en su Análisis de Ciclo de Vida de la cuna a la tumba.
Hablemos en el idioma de los números. El impacto de un metro cuadrado de cemento en una construcción genera 15,50 kg de CO₂ equivalente. Si hablamos de acero, ese número puede superar los 35,00 kg de CO₂/m2. En contraste, la madera emite solamente 2,50 kg de CO₂/m2, y además que captura CO₂ durante el crecimiento del árbol. Y aunque haya emisiones durante su transformación, el balance neto es notablemente positivo: se estima que la madera estructural almacena aproximadamente 0,9 t de CO₂ por m³ útil colocado en obra.
Esto quiere decir que un edificio de 1.000 m² construido con madera puede evitar fácilmente la emisión de entre 300 y 500 toneladas de CO₂ en comparación con su equivalente en hormigón, sin tener en cuenta aún las emisiones operativas durante su uso. En proyectos plurifamiliares, donde las estructuras superan fácilmente los 2.000 o 3.000 m³ de volumen material, la diferencia es aún más relevante.
Uno de los principales cuellos de botella para promotores y constructores es la imprevisibilidad en los plazos. En obra tradicional, la ejecución de una promoción de viviendas puede alargarse entre 14 y 24 meses, dependiendo de variables como clima, disponibilidad de mano de obra o interferencias entre oficios. Con la industrialización, ese plazo de una obra se puede reducir hasta en un 50 %.
En el caso de ARQUIMA, por ejemplo, el diseño ejecutivo y la fabricación de los módulos de entramado ligero o CLT se realiza en paralelo a la ejecución de la cimentación. Esto permite que, una vez en obra, el montaje estructural de un edificio de hasta tres alturas se complete en tan solo 3 o 4 semanas. Para edificios más altos, los plazos son igualmente competitivos: se estima que una promoción plurifamiliar de 4 plantas puede estar completamente montada en seco en 6 semanas, incluyendo envolvente y cubierta.
Esa reducción en tiempos tiene un impacto directo en los costes financieros del proyecto. Menor plazo de construcción implica menor tiempo de financiación puente, menor exposición a subidas de tipos, mayor previsibilidad en hitos de comercialización y una entrega más temprana del activo, lo que se traduce en una mejora clara del EBITDA.
Aunque en ocasiones se percibe que construir con madera es más caro, esta idea pierde validez cuando se considera el ciclo completo del proyecto. A nivel estructural, la madera puede representar un 5–10 % más de coste directo frente al hormigón. Sin embargo, ese sobrecoste se compensa rápidamente por la reducción en cimentaciones (gracias a su menor peso, de hasta un 60 % respecto al hormigón), la eliminación de tiempos muertos en obra, la reducción de residuos (hasta un 70 % menos en obra seca) y los menores costes de coordinación de gremios.
Desde un enfoque financiero, el ahorro en costes indirectos y financieros eleva el margen operativo del promotor.
Además, la previsibilidad en costes es mucho mayor. Al fabricarse en taller bajo condiciones controladas, se elimina el riesgo de desviaciones por lluvias, sobrecostes por imprevistos o penalizaciones por demoras. Esto genera confianza tanto para los inversores como para los compradores.
Más allá de los aspectos estructurales y financieros, el uso de madera aporta beneficios adicionales que cada vez son más valorados por arquitectos, técnicos y usuarios finales. Las soluciones de entramado o CLT permiten alcanzar espesores reducidos de muro con altas prestaciones térmicas y acústicas. Es habitual, por ejemplo, conseguir transmitancias térmicas de 0,19 W/m²K en fachadas de menos de 30 cm de espesor.
La industrialización permite también controlar mejor la hermeticidad al aire, clave para edificios de consumo casi nulo o estándar Passivhaus. En pruebas realizadas en proyectos Passivhaus con envolvente ARQUIMA, se han logrado siempre valores de n50 inferiores a 0,6 renovaciones/hora.
Además, los materiales utilizados —madera natural sin tratamientos tóxicos, fibras de celulosa o lana de madera como aislamiento, revestimientos naturales— contribuyen a mejorar la calidad del aire interior, reduciendo COVs y evitando problemas asociados al síndrome del edificio enfermo.
La estructura en seco de la madera no solo facilita una obra más limpia y rápida, sino que permite también la flexibilidad futura del edificio. Un sistema de entramado bien diseñado admite transformaciones de uso y ampliaciones y sin comprometer la integridad estructural.
Este enfoque es coherente con los principios de la economía circular: reutilización, mínima generación de residuos y diseño preparado para el cambio.
Mientras que el hormigón y el acero requieren procesos intensivos para su reciclaje, la madera puede desmontarse, reprocesarse o incluso reusarse directamente en nuevas construcciones.
En el escenario que se abre con los fondos europeos, el PERTE de Vivienda y las exigencias del Código Técnico, la madera industrializada no es una opción de nicho, sino una respuesta estratégica con respaldo técnico, ambiental y financiero.
Ofrece emisiones netas negativas, plazos controlados, mejoras de rentabilidad y un producto final de alta calidad, saludable y alineado con los valores de sostenibilidad que la sociedad exige. Y lo hace sin asumir riesgos adicionales ni complejidad operativa: al contrario, reduce incertidumbre y estabiliza procesos.
Para arquitectos, promotores y constructores, apostar por la madera industrializada significa anticiparse al futuro del sector. Un futuro que ya está en marcha y que será, sin duda, más rápido, más limpio y más rentable.